Hace unas cuantas tardes, en nuestro paseo habitual por la montaña, Josemi (el dueño de un beagle amigo de mis sobrinos-perros) apareció con dos cajas de arbolitos de no más de un palmo de altura. Todos los que allí estábamos nos entusiasmamos con la tarea de plantarlos, ante la atenta mirada de los cánidos (que no entendían muy bien qué estábamos escondiendo en esos hoyos de tierra).
Al poco de empezar, comenzó a llover y el agua nos pilló desprevenidos, pues no íbamos vestidos para la ocasión. Gracias a que todavía asomaba algún rayo de sol, tuvimos como escenario de fondo a este precioso arcoiris. De momento siguen creciendo los sauces, los dragos y los lentiscos. Fue una experiencia maravillosa.